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ISSN 1989-4163

NUMERO 77 - NOVIEMBRE 2016

El Naufragio del Nobel

Joaquín Lloréns

 

     

Debe de hacer mucho frío en Suecia. Esa puede que sea una explicación para que Alfred Nobel inventara la dinamita. A fin de cuentas cuando explota genera un tremendo calor que en Escandinavia les viene my bien durante el gélido invierno. Si bien la cosa no debió salir como la pensaba el insigne químico, ya que su invento se ha utilizado preferiblemente en tierras más templadas. Y para lavar su conciencia, dejó un legado con su fortuna para que se premiara a los mejores exponentes en la literatura, fisiología o medicina, física, química y de promoción de la paz.

He de reconocer que durante mi juventud seguía con gran interés la concesión del Nobel de literatura y solía correr a mi librería de guardia a comprar algún ejemplar del, casi seguro desconocido hasta ese día, galardonado. No prestaba atención a los galardonados en las otras disciplinas, con la excepción del de la paz, que solían recaer en políticos que hasta hacia unos años antes podían entrar en la lista de genocidas. Con los químicos, físicos, médicos y demás nunca me emocioné. Son disciplinas que se escapan a mi comprensión.

Sin embargo, hace tiempo que aquellas absurdas concesiones del Nobel de la paz me llevaron a pensar que esos premios se parecían demasiado a las politizadas votaciones de Eurovisión. La concesión a Obama del Nobel de la paz por el exclusivo mérito de ser el primer presidente negro de la principal potencia mundial acabó de equiparar en mi mente el sistema de elección de los galardonados al Nobel al del premio Planeta. Si querían tirar por el suelo el decreciente prestigio de los premios, lo hicieron con auténtica eficacia. Pero como decía, los premios Nobel de la paz siempre han sido una especie de galardón a políticos con las manos chorreantes de sangre como si así les intentarán convencer de que dejaran a un lado sus ansias criminales.

Y este año le ha tocado la puntilla al Nobel de literatura. Dárselo a un músico es mezclar churras con merinas. ¿Por qué no a un pintor? ¿No es gloriosa la poesía que expresan los dislates de Barceló? Y encima a Bob Dylan, un pelagatos, un cantamañanas que desde que escuché su primera canción me produjo un rechazo instintivo. Con una voz pobre, unas letras que, traducidas, expelen el nivel poético de un estudiante de la ESO. Eso sí, es estadounidense y a los lameculos del comité esa circunstancia les acostumbra a poner cachondos. Será que no hay escritores en el mundo que lo merezcan más. Lo de este año ha sido una broma macabra que a fecha de hoy (18-10-16) está alcanzando niveles esperpénticos con la incapacidad de la Academia Sueca para encontrar al galardonado para informarle de la concesión del premio. Si es que a Bob Dylan no le conoce nadie. Es como un fantasma etéreo. Para troncharse, vamos.

He de reconocer que el desprecio del propio galardonado ante esta descabellada elección –a él un millón de euros más o menos a su edad le debe traer al pairo– me reconcilia en parte con su figura. Espero que, tal y como parece, les escupa a la cara el premio mostrando públicamente el desprecio que su estúpida elección merece. Si la academia sueca se estaba carcajeando de nosotros por su jocosa decisión, ahora deben estar tragándose su propia estulticia.



 

 

Dylan

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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